Los más entusiastas y visionarios, definen a la bioinformática como una herramienta científica de vanguardia. Lo cierto es que esta disciplina -que tuvo su auge en el hemisferio norte a comienzos de los 90 con la secuenciación del genoma humano- se convirtió en el nuevo siglo en pieza clave para la resolución de problemas relacionados con la biología y las ciencias de la salud.

En nuestro país, la Facultad de Ingeniería de la UNER (FIUNER) -que se encuentra en Oro Verde- entendió que esa fusión de disciplinas formaría parte de la evolución de la ciencia y la innovación tecnológica. Así, en 2006 nació la Licenciatura en Bioinformática, que arrancó con más de 60 ingresantes y encontraba equivalentes, en ese momento, solamente en Estados Unidos y en Israel.

“Al principio, ninguno de los que empezamos teníamos muy en claro qué era lo que íbamos a estudiar, pero creo que hay algo que nos caracterizó a los de la primera camada y es que fuimos muy inquietos con la búsqueda de conocimientos (…) buscábamos en todos lados, no nos conformábamos con lo que aprendíamos en clase”, recuerda Juan Pablo Bustamante, uno de los primeros cuatro bioinformáticos del país, recibido en 2010.

A este paranaense de 30 años le llevó poco tiempo darse cuenta que tenía por delante todo un repertorio de destinos posibles. Una vez recibido, Juan Pablo comenzó un doctorado con apoyo del CONICET, en el prestigioso Grupo de Investigación de Modelado y Simulación de Proteínas, de la Universidad de Buenos Aires. Durante los cinco años que estuvo allí se abocó al estudio del comportamiento de proteínas frente a diferentes perturbaciones. Después, viajó por Italia, España y Francia realizando pasantías en diversos grupos de investigación en áreas de trabajo que resultaban complementarias a su formación. “Son experiencias muy formativas porque se integran las instancias teóricas con las de modelado y simulación y, después, con la experimentación. En sí, la tarea del bioinformático cobra valor a partir del trabajo interdisciplinario con otras áreas del conocimiento como la biología, la química, la medicina y la genética”.

En los últimos veinte años, la bioinformática se ha renovado siguiendo enfoques realmente novedosos, como el diseño de fármacos a medida, el modelaje virtual de procesos biológicos o el análisis de información que surge de estudios clínicos que buscan relacionar, por ejemplo, la presencia de ciertos marcadores genéticos con patologías y enfermedades como el cáncer o el Alzheimer.

Precisamente, Juan Pablo se especializó en genómica clínica “lo que hicimos fue estudiar distintos casos de pacientes con patologías, que participaron de forma voluntaria, y a los cuales no se les había dado un diagnóstico certero (…) Entonces en esos casos de base genética, lo que se hizo fue tomar una muestra de sangre, analizar el ADN y así poder ver cuál es el gen o los genes que estaban implicados en esa enfermedad para luego tratar de forma precisa al paciente”.

En la actualidad, la bioinformática es considerada una de las disciplinas con mayor índice de expansión y crecimiento. “A nivel mundial, hay un montón de empresas y organizaciones estatales que están buscando bioinformáticos (…) De hecho, cuando termine el doctorado me fui a Chile a trabajar a uBiome, una empresa transnacional que lidera el estudio del microbioma humano aplicado a enfermedades, y la única que tiene productos clínicos en el mercado: uno relacionado con la microbiota intestinal, para secuenciar los ADN hallados y sacar información sobre qué bacterias tiene, sus proporciones y para saber si hay presencia de patógenos que puedan generar alguna enfermedad; y el otro producto relacionado con la microbiota vaginal, que funciona igual pero lo que se busca es la presencia del virus del papiloma humano y cómo se comporta.”

Este científico muestra un gran entusiasmo al hablar de su profesión; sostiene que aquel que estudia bioinformática tiene grandes oportunidades a escala laboral, ya sea para trabajar en investigación básica o aplicada, en empresas u organizaciones, en el país o en el exterior. Además, sostiene que al tratarse de un campo de acción ligado al uso de herramientas informáticas, gran parte del trabajo se puede llevar a cabo de manera remota: “el mundo está tendiendo a eso y si el bioinformático se organiza en sus tiempos y tiene a disposición un equipo con todo lo que necesita, su trabajo se acomoda muy bien en este paradigma”.

Hay un dato clave a tener en cuenta para poder dimensionar la importancia que adquieren este tipo de carreras en el mundo profesional: la demanda de bioinformáticos en Argentina no se alcanza a cubrir, generando una cantidad significativa de puestos vacantes. “Hoy sigo relacionado con la Facultad como docente porque creo que uno debe retribuir de alguna manera la formación que la institución te brindó (…) Entonces, desde nuestro lugar, tenemos que mostrarles a los alumnos que las posibilidades son inmensas en el campo de acción (…) En ese sentido la Facultad fue visionaria en armar la carrera porque en ese momento la bioinformática estaba en pleno auge, ahora es el boom a nivel mundial y en argentina estallo el mercado (…) se necesitan bioinformáticos en empresas, en el ámbito de la investigación de base y aplicada, en muchos hospitales como el Fernández y el Gutiérrez los puestos quedaron vacantes porque faltan profesionales”.

Además señala que aquellos interesados en comenzar la Licenciatura en Bioinformática, tienen “que motivarse e involucrarse sin miedo porque la bioinformática tiene un futuro ilimitado (…) esta profesión no tiene techo, la cantidad de cosas que quedan por crear y descubrir son infinitas y por esto los campos de acción se están abriendo cada vez más”.

 

 

 

 


 

Schierloh es doctor en Química biológica. En 2018 se incorporó al Instituto de Investigación y Desarrollo en Bioingeniería y Bioinformática (IBB) con sede en la Facultad de Ingeniería.

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